Camino
hacia la puerta, es la entrada a otro mundo. Entro, la música resuena en mis
oídos, mi corazón se acelera, mis pupilas se dilatan y mis labios esbozan una
sonrisa.
Los cuerpos prietos se mueven, todo a
un mismo compás. Bailo, no puedo parar, el ritmo se apodera de mi ser. Noto que
me observa. Nuestras miradas se cruzan, bailo para él. Se acerca y me rodea con
sus brazos por la espalda, nos movemos juntos, parecemos un solo cuerpo en
medio de la pista. Cada vez me abraza más fuerte, como si no quisiera soltarme
nunca, y de pronto, nos besamos. Todo lo que había sentido al cruzar el umbral
se multiplica por tres, las decenas de personas que hay a nuestro alrededor
desaparecen, solo importamos nosotros. “Solo TÚ y YO”, me susurra dulcemente al
oído. Y es entonces cuando saboreo el dulce sabor de la libertad.